@escupeletras
Mucha controversia ha vuelto a
desatar el llamado lenguaje incluyente, de ahí este texto que busca abordar el asunto
con el fin de explicar, sumar e invitar a la reflexión. A continuación 10
puntos sobre el tema:
1.- Posicionamiento político. El lenguaje incluyente, o
lenguaje inclusivo, nació como una estrategia de intervención del idioma para
visibilizar la desigualdad estructural entre hombres y mujeres y para incluir a
las personas que no se ubican a sí mismas en el binarismo genérico. Es un
posicionamiento político que se manifiesta en una dislocación intencional del
idioma y que tiene el objetivo de visibilizar profundas inequidades sociales.
2.- Poner en duda "lo correcto". Sí. Todos sabemos que en la
lengua española el plural masculino abarca a ambos géneros gramaticales, eso es
lo “correcto” según las reglas del idioma. Sí, gramaticalmente es lo correcto,
pero ese es justo el punto. La sociedad está construida en torno al hombre.
Cuando se dice, por ejemplo, que “El hombre es la medida de todas las cosas” o
que la “Historia del hombre…” en realidad, se está hablando de la humanidad
entera, hombres y mujeres incluidas, pero sólo se menciona al hombre. A esta
problemática social responde la intervención. El lenguaje incluyente busca visibilizar
precisamente esa desigualdad, busca señalar el hecho de que a las mujeres se les
ha relegado históricamente a un papel secundario, o de plano se les omite o se
les borra. Basta revisar cualquier libro de historia para darse cuenta que lo
que se entiende por historia de la humanidad es (muy) mayormente la historia de
los hombres, por los hombres y para los hombres. Si un alienígena hojeara un
libro de historia mundial probablemente pensaría que aquí nunca ha habido
mujeres. De ahí que el lenguaje incluyente busque, a través de una dislocación
intencional de la lengua, visibilizar que incluso en la manera en la que configuramos
nuestro idioma se filtró el dominio masculino. Eso es innegable. No es gratuito
ni casual que en el idioma español el plural genérico (o plural universal) sea
masculino.
Por cierto, no todos los idiomas
tienen el mismo problema porque sus pronombres o sustantivos no tienen género,
pero en el español, sí, lo que de entrada es un ventaja y desventaja al mismo
tiempo para el asunto que se está tratando.
3.- El lenguaje
incluyente tiene falencias y limitaciones, pero aún así es valioso. Desde luego que el lenguaje incluyente tiene sus falencias y limitaciones, a mí tampoco termina de
convencerme y no suelo usarlo, pero lo considero valioso por lo que provoca y
por lo que pone sobre la mesa.
Como bien se dice desde algunos
sectores feministas, la terminación en “X” es impronunciable y si se opta por
la terminación en “E” de los sustantivos y los pronombres plurales se cae
exactamente en lo mismo que la regla general del español: no se nombra ni se
identifica a las mujeres al momento de generalizar. Al ‘desmasculinizar’ el
idioma con la terminación “E” en lugar de la “O” (masculino universal o
masculino genérico) se termina por generalizar o neutralizar la expresión, y
eso al final, aunque práctico, sigue sin identificar y sin nombrar directamente
a las mujeres.
Hay que recordar aquí que las
palabras no son sólo palabras. El lenguaje no sólo es un medio para la
comunicación, también es un mecanismo social que tiene una repercusión en el
mundo material. Con las palabras también hacemos cosas e influimos en la
realidad social. De ahí la importancia de nombrar a las mujeres y a todas las
personas no sólo en los términos del plural genérico masculino.
“Lo que no se nombra, no existe”
dice un viejo adagio que el feminismo ha hecho suyo precisamente para señalar
la importancia de nombrar a las mujeres como seres existentes e importantes en
la sociedad y en la historia. Por ello se hace hincapié en la importancia de
nombrar al femenino. No basta con apegarse al idioma y decir “todos” cuando
entre las personas referidas hay mujeres, por eso se opta (para nombrarlas y
como acto político que se manifiesta en una intervención de las reglas del
idioma) por decir “todas y todos”. Así, al evadir el masculino por defecto que
el español tiene como universal y abarcador de todos los géneros, las mujeres
por fin se nombran.
Imaginemos un ejemplo. Supongamos
que en un grupo hay 20 personas, 19 son mujeres y un hay solo hombre. Para
dirigirse a todas esas personas, la regla diría que al haber un solo hombre
habría que referirse en el masculino universal “todos”, a pesar de que las
mujeres son 19 y hay un solo hombre. El lenguaje incluyente busca precisamente
señalar esos procesos asimétricos e inequitativos, en el que las mujeres son
literalmente borradas a nivel lingüístico debido al masculino universal. No me
parece fuera de lugar que pueda decirse “todas y todos” cuando se habla ante
mujeres y hombres. Así se nombra a las mujeres y a nadie se le va a caer la
lengua en el intento.
4.- El lenguaje incluyente tiene
muchas formas. No consiste únicamente en la intervención del idioma, también
incluye la sustitución de expresiones en masculino genérico por otras
equivalentes que resulten neutrales dentro de las propias reglas actuales del
idioma. Cuando se trata de generalizar o universalizar es preferible hablar, en
medida de lo posible, en términos de “personas”, “seres humanos” o “humanidad”
(al final todos somos personas, seres humanos, no sólo hombres, y eso es lo
importante), “niñez” en lugar de “los niños”, “ciudadanía” en lugar de “los
ciudadanos”, es preferible decir “Hugo y Lucía tienen talento” en lugar de “Hugo
y Lucía son talentosos” y así. De esta manera se evade el masculino universal
que tiene por defecto el español.
Pero incluso la sustitución expresiones
genéricas por expresiones neutrales tiene sus límites. No cuesta nada
decir “bienvenidas y bienvenidos”, en lugar de decir solamente “bienvenidos”.
Si nos vamos a dirigir a un grupo
compuesto por mujeres y hombres, es preferible decir “todas y todos” o “chicos
y chicas” en lugar de “todes”, precisamente en atención al punto de nombrar a
las mujeres.
Yo no uso el lenguaje incluyente
de terminación “X” (porque, ya se dijo, es impronunciable), pero a veces
recurro a la terminación “E”, que me parece especialmente valiosa para incluir
a las personas que no se identifican en el binarismo genérico, por ejemplo, con
la inclusión del nuevo pronombre “Elle”.
Hay que decir también que dentro de las reglas actuales del español ya hay pronombres y sustantivos plurales que generalizan de manera neutral mediante el uso de la terminación “E”, como el caso de las palabras “ustedes” o “adolescente”. Ahí está una ruta ya usada en el idioma. Tampoco es que cueste tanto decir “las y los adolescentes”, por ejemplo. Todo esto son sólo propuestas, no son ni pretenden ser ley ni tampoco un proceso acabado ni definitivo, ya veremos por qué en los puntos 5 y 7.
5.- Cuestión de inclusión y empatía. Todo este debate se trata no
sólo de inclusión social, también de empatía. Si no la tienen, probablemente
nunca entenderán el fondo del asunto y seguirán arguyendo ad infinitum que las
reglas del idioma español son así y que no pueden o no deben cambiarse (por
cierto, una idea muy equivocada que se tratará en el siguiente punto). Creo que
no cuesta nada decirle a alguien “compañere” si así lo pide, o que se diga
“todas y todos” cuando hay mujeres y hombres involucrados, sin importar si todo
eso rompe con las reglas actuales del español. Les prometo que su lengua no se
cansará por las palabras extra, nada cuesta.
Al parecer, todo este debate
resurgió a raíz un video viral en el que una chica rompe en llanto porque, en
una clase virtual, no se refirieron a ella como “compañere”. Se puede discutir
la pertinencia o la lógica de la petición y del berrinche, pero ¿alguna vez se preguntaron
qué historia tiene detrás esa chica como para que le afecte tanto algo tan aparentemente
trivial como el hecho de que no se dirigieran a ella como “compañere”?
Seguramente no, por eso sólo se burlan.
Si usted es de las personas que
para burlarse de algo que ni si quiera entiende por completo o sólo no está de
acuerdo y comienza a cambiar todas las terminaciones de las palabras sin ton ni
son diciendo cosas como “pásame el refresque porque sine le señorite se va a
enojer”, entonces probablemente usted no esté realmente preocupado por la
pureza del idioma, más bien lo que usted tiene es un problema de entendimiento
y/o de empatía.
6.- La mutabilidad del signo. Ya hace más de cien años que
el lingüista Ferndinand de Saussure identificó la mutabilidad del signo
lingüístico: los idiomas siempre cambian en forma y en fondo. Las lenguas no
son nunca inamovibles o indemnes. Este proceso de cambio permanente es inherente
a todos los idiomas del mundo y explica por qué la lengua que hablamos hoy no
es igual a la que se habló hace 100, 200, 300 o mil años.
El español es una evolución del
latín. El latín vulgar, en diferentes regiones de Europa, se transformó en lo
que hoy conocemos como las lenguas romances. El español, como lengua romance,
se extendió en América como producto de la Colonia, y aunque todavía podemos
hablar de un mismo idioma con diversas variantes, el español que se habla en
México o en el resto de América Latina es ya diferente del que se habla en
España.
Este proceso de transformación a
veces pasa desapercibido porque las lenguas no se modifican de un día para
otro, los cambios llevan años, décadas, siglos, milenios enteros, pero estos
sutiles cambios son constantes y diversos, a veces hasta el punto de
convertirse en nuevas lenguas con el paso del tiempo.
Los mexicanos intervenimos al idioma
español en todo momento. Nuestro pasado precolonial sumó a esta lengua un
sinfín de palabras propias de los idiomas de las culturas mesoamericanas
originarias y todo el tiempo estamos inventando nuevos términos, modismos y
expresiones coloquiales que a veces terminan por volverse parte del idioma.
Todo el tiempo estamos “deformando”, más bien transformando, al español
“original” y nadie está haciendo un escándalo por ello. Si viajáramos 2 mil
años al futuro probablemente encontraríamos un nuevo idioma llamado “mexicano”,
ya bastante diferente al español que le dio origen, con sus propias reglas y
particularidades.
Todas las lenguas del mundo están
en constante evolución. Al usarse, los idiomas cambian inevitablemente, porque en
su uso se van modificando en forma y significado con base en las necesidades del
hablante: El lenguaje es el que se adapta a las necesidades sociales y no al
revés. Si hoy surge una necesidad política de visibilizar a las mujeres y a las
personas no binarias, me parece válida una intervención intencional del idioma.
El lenguaje también se interviene y cambia a través de la negociación, el diálogo,
la política, eso es lo que está ocurriendo en este momento.
El argumento de que el lenguaje
inclusivo no es correcto bajo las reglas del español actual y por tanto no debe
usarse, se cae, porque las reglas del idioma están cambiado todo el tiempo y si
la sociedad comienza a utilizarlo, las reglas se modifican, cambian,
evolucionan. Sólo el tiempo y el uso dirán si el lenguaje inclusivo se va o se
queda, y eso probablemente no lo sabremos porque la vida no nos va alcanzar
para verlo y porque, a pesar de los corajes de los más conservadores, el
español no es propiedad de la RAE ni ésta tiene el poder de gobernarlo.
7.- Falsa preocupación por el lenguaje. Puedo entender que no les
guste el lenguaje incluyente, que no estén de acuerdo con él, que no entiendan
que es un posicionamiento político para señalar una desigualdad social de
fondo, pero que pongan el grito en el cielo arguyendo que es una inaceptable deformación
del idioma cuando no saben acentuar, cuando sus estados en redes sociales están
llenos de faltas de ortografía y de redacción, cuando utilizan toda clase de modismos y un montón de
innecesarios anglicismos para darse un aire de superioridad, pues resulta que
su preocupación por el idioma no es creíble.
Curiosamente, algunas de esas
personas tan indignadas y de plano enojadas, según ellas, porque el lenguaje
incluyente atenta contra la pureza del idioma, proponen, en tono de sorna, que
utilicemos “güey” o “wey” para referirnos universalmente sin detalles de
género. Ahí sí no se enojan ni se indignan porque la palabra “buey” en nuestro
español mexicanizado evolucionó primero en “guey” y luego en “güey” (incluso en
“wey”, “we” y “goei”) y que en algunos contextos incluso cambia su significado.
Ahí sí nadie solicitó horrorizado la ayuda de la sacrosanta RAE. Todos usamos
esa deformación del idioma y nadie ha protestado por ello ni por tantas otras
que usamos a diario. ¡La mutabilidad del signo lo hizo de nuevo!
8.- El lenguaje incluyente no es obligatorio.
No hay una ley en curso que vaya a penalizar a quien no lo use ni se están
promoviendo castigos para quien no quiera usarlo (lo digo por los que ahorita
se sienten oprimidos o violentados, porque, ah, como andan preocupados con
tanta “opresión”). El reciente exabrupto de la chica en la videollamada que
rompe en llanto porque no le dijeron “compañere”, es eso, un exabrupto, es
desde luego un caso que no representa ni debe representar el eje de la
discusión, ella misma reconoce que tuvo en colapso nervioso, como todos podemos
tenerlo, pero fuera de eso, nadie los va a perseguir ni castigar por seguir
diciendo “todos” cuando hay mujeres o por decir “niños” cuando hay niñas
presentes, están en total libertad de seguir hablando como mejor les parezca y
mejor crean que pueden ser escuchados y entendidos. Sólo se trata de una
invitación, que, desde luego, pueden rechazar.
9.- ¡La estrategia funciona!. Creo que en el fondo quienes
impulsan al lenguaje incluyente no aspiran a modificar realmente el lenguaje
cotidiano ni a cambiar las reglas del idioma (al menos no en el corto plazo),
ni mucho menos a que la RAE les dé su visto bueno. Como ya se dijo, es un acto
político para señalar una desigualdad social. Que incomode es justo el objetivo,
porque eso nos lleva a reflexionar sobre todo aquello que en lo social creemos
que es una regla inmutable, nos conduce a cuestionar lo que creemos “natural”, pero
que realmente no lo es. Las sociedades cambian. Todas y todos somos
protagonistas del cambio. Si ahora estamos hablando o dialogando en torno a
todo este asunto, ¡es que al acto político está funcionando!
10.- Machismo disfrazado. No sobra decir que mucha de
la resistencia al lenguaje incluyente viene precisamente del machismo imperante
aún en amplios sectores de la sociedad. A esos sectores no les gusta que las
viejas estructuras patriarcales estén siendo señaladas, confrontadas, cuestionadas,
derrumbadas y sustituidas, por eso defienden a capa y espada al masculino
universal bajo el disfraz de la defensa del idioma. Nunca lo reconocerán
(incluso puede tratarse de una expresión inconsciente, producto de la
alienación del sistema social), pero en el fondo se trata de una anquilosada y
absurda defensa del modelo social que pone al hombre como el centro de todo y
excluye a las mujeres por defecto.
Basta una prueba sencilla para
develar el asunto. Descarten la terminación genérica “E” y propónganles en
cambio como terminación genérica a la “A”. Ahí es donde pierden la cabeza, porque,
claro, desde su punto de vista, qué tonto, qué inferior es lo femenino. Ellas sí
deben aceptar al masculino genérico por defecto, pero no al revés. ¡Qué indigno
que digan “todas” cuando hay hombres! ¡Qué humillación tan grande que como
hombre te hablen en femenino! (“corres como niña”, dixit).
Otra prueba surge bajo el mismo
planteamiento de la sustitución del universal “E” por la “A”. Les resulta
inaceptable decir “la presidenta” porque debería ser “la presidente”, pero no
tienen ningún reclamo ni inconformidad cuando se dice “la sirvienta” en lugar
de “la sirviente”. En el fondo, lo que quieren es sobajar y mantener a raya a
la figura femenina. El lenguaje también es una cuestión de poder.
PD: Confusiones y detractores. Si usted es de las personas
que dicen que si de verdad les importara la inclusión, las personas que están a
favor del lenguaje incluyente estarían haciendo menús en braille o aprenderían
lenguaje de señas o estarían haciendo rampas para las personas con
discapacidad, pues sepa que está confundiendo la gimnasia con la magnesia,
porque el hecho de que esas luchas sean tan importantes no cancela a las demás,
y son parte de lo mismo, la búsqueda de una sociedad más justa y equitativa… y al
final, la gran mayoría de esas personas tampoco están haciendo menús en braille
ni saben lenguaje de señas ni hacen rampas para las personas con discapacidad,
nomás quieren estar jorobando.
Por su atención, gracias.