Imagen: Especial |
@escupeletras
Atónitos, los ciudadanos
del mundo miran con temor, tristeza y desconcierto el triunfo del infame Donald
Trump en las elecciones para elegir al nuevo presidente de los Estados Unidos.
La derecha cierra un año redondo, tras sus victorias en Gran Bretaña, Colombia
y España, se alza con la más importante, ganando el mayor puesto político en el
país más poderoso del mundo, con todo y la mayoría de ambas cámaras. Lo que
empezó como algo que parecía una broma de mal gusto desembocó en una realidad
concreta: Trump ocupará la oficina oval de la Casa Blanca.
Imagen: Reuters |
Está claro que la victoria
de un personaje racista, conservador y misógino como Trump no puede ser una
buena noticia, pero su victoria puede ser el balde de agua fría que el
mundo necesitaba para darse cuenta de las contradicciones del sistema
capitalista y las trampas de su democracia burguesa, para desmitificar la
imagen de Estados Unidos y la economía mundial que encabeza como infalibles.
Mito uno: Hillary era la
"opción buena"
Habría que empezar por
desmantelar el mito de que Hillary Clinton era la “opción buena”, la que nos
salvaría de la tiranía de Trump, pues en realidad la ex senadora y ex
secretaria de Estado era una opción igual o más peligrosa aún que el mismo
Donald.
Los entusiastas de Clinton no se
daban cuenta o no querían ver que Hillary nunca fue la “opción buena”: Hillary era la candidata de las grandes corporaciones privadas
que juegan con la economía mundial, quienes la patrocinaron son las empresas
que fomentan la pobreza y la desigualdad, las que saquean los recursos de otros
países, las que tienen nocivos monopolios privados a lo largo del orbe. Como
senadora y secretaria de Estado, Hillary fue quien impulsó las invasiones
colonialistas a Afganistán, Irak, Yemen, Libia y Siria, dejando millones de
muertos y desplazados. Prometió que continuaría su apoyo irrestricto a Israel
en su campaña de exterminio contra los palestinos. El violento perfil de su
política militar es la que ha llevado a Estados Unidos a una confrontación
diplomática con Rusia y China que podría escalar en un enfrentamiento directo.
Fue la que dictó desde la Casa Blanca la Reforma Energética privatizadora para
México, la que espió a sus enemigos políticos, la que amañó la contienda
interna del Partido Demócrata saboteando a sus rivales y la que en un principio
rechazó los matrimonios igualitarios hasta que vio que eso le restaba puntos en
el sector joven. Hillary es el rostro del imperialismo norteamericano,
del neoliberalismo salvaje, pero adornado de color rosado. Es el
símbolo del "capitalismo buena onda" dispuesto a ceder a demandas
como el matrimonio igualitario mientras la base económica del sistema permanece
intacta, siguiendo el curso de la explotación y el despojo. Hillary es un lobo
con piel de oveja.
Por supuesto que con Trump
los peligros son altos, especialmente para la comunidad latina, para la
mexicana, blanco predilecto de sus afrentas. Siendo presidente está en la
posibilidad de volver realidad sus amenazas. Podría, como advirtió, imponer un
impuesto especial (por especial me refiero a pesado), a las remesas, con lo que
se pagaría el muro que tanto presumió (muro que, por cierto, ya existe, fue construido por Bill Clinton y ha
cobrado más de 10 mil muertes en 20 años, Trump sólo vendría a echar el colado), lo cual tendría un
severo impacto en ambos lados de la frontera.
Las deportaciones que ha advertido Trump no son
cosa menor. En potencia está una cacería de brujas de latinos
(y otros muchos migrantes indocumentados), una ola deportaciones se antoja inminente. Una
pena. Pero aquí cabe recordar algunos puntos más: Clinton se ufanaba de haber votado a favor del
muro fronterizo cuando fue senadora; la Reforma Migratoria que se emitió con Obama y con Hillary como segunda al mando quedó muy por debajo de las expectativas, al alcance de muy pocos que podían acreditar los requisitos, dejando a la gran mayoría de nuevo en el desamparo. Por si fuera poco, la administración de Obama ha sido la que mayor número de deportaciones suma en la historia. Lo que Trump amenaza con palabras, los demócratas lo han llevado a los hechos.
Las políticas de Hillary han sido tan excluyentes y racistas como las palabras de Trump. A Hillary la apoya la fauna empresarial igualita de racista y excluyente que Trump. ¿Cuál era la gran diferencia?
Las políticas de Hillary han sido tan excluyentes y racistas como las palabras de Trump. A Hillary la apoya la fauna empresarial igualita de racista y excluyente que Trump. ¿Cuál era la gran diferencia?
Mito dos: La democracia
norteamericana como único e infalible sistema de gobierno
No se “descompuso” la
“democracia”, ya estaba descompuesta. La democracia según Estados
Unidos es una democracia burguesa, siempre al servicio del gran capital, no del
pueblo norteamericano. Este es el modelo que tratan de exportar a la fuerza
sabiendo que no es popular ni libre ni justo, un paradigma de los adinerados
que sólo da la falsa sensación a la clase trabajadora de elegir el destino de
su país, cuando las decisiones ya están tomadas de antemano por pequeñas élites
económicas y políticas. Estado burgués.
Tan falible es la
democracia norteamericana que es posible que quien tenga más votos reales
pierda, y así pasó.Hillary ganó. O al menos hubiera
ganado en una democracia donde cada voto cuenta, pero la figura de los Colegios
Electorales la hizo perder. Clinton obtuvo 59 millones 835 mil
153 votos, un 47.7% del total; mientras que Trump, más abajo, tuvo 59 millones
618 mil 815 votos, un 47.5% del total de sufragios emitidos, según el último
corte que reportó el portal web del diario New York Times. Pero resulta que en
la “democracia” norteamericana unos votos cuentan más que otros, porque los
llamados “votos electorales” (una especie de distritos que se cuentan en
bloque) son los que cuentan, no los votos directos. Esa es la democracia que
Estados Unidos trata de imponer al mundo. Una democracia fallida,
tramposa, amañada desde su origen.
Imagen: New York Times |
Así nos amaneció la cruda
de la "fiesta de la democracia", despertando acostados a lado del
tipo más feo.
Al final, la “democracia” a
la “americana” siempre es un callejón sin salida, donde en realidad no hay
manera de elegir. Todo está preprogramado para que la burguesía siempre gane
mientras todos los demás pierden. Y no debería
sorprendernos, cada cuatro años es el mismo circo electoral.
La serie animada South Park satirizó alguna vez al sistema democrático norteamericano en un capítulo donde los alumnos de la primaria del pueblo tenían que elegir a su nueva mascota sólo de entre dos opciones igualmente horribles: un sándwich de mojón y un lavado vaginal. Tan parecido a la realidad.
Mito tres: el capitalismo
neoliberal es la única vía económica posible en el mundo
Trump pone a temblar la
normalidad del capitalismo neoliberal global. Este podría ser el inicio
de su plena decadencia. Estamos ante un potencial final de la hegemonía
económica estadounidense que provoque finalmente el despertar de su sociedad
alienada y adormecida.
En el discurso de Trump hay
puntos que ponen en riesgo al establishment gringo y sus
cómplices internacionales, es decir, al sistema económico mundial: el fin del
TLCAN y otros acuerdos comerciales, la cancelación de la OTAN, retirar tropas
de Medio Oriente, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Rusia
y China. Un discurso proteccionista, que regresa a un capitalismo clásico de
mayor intervención estatal, que si bien no rompe con la propiedad privada, con
las dinámicas de explotación laboral ni con el despojo de recursos, sí tiende a
aislarse, cortando las alas del capitalismo neoliberal que no conoce de
fronteras ni limitaciones. Por eso había un consenso en torno a Hillary, porque
ella garantizaba el libre flujo del sistema vigente, que con Trump, al menos en
el papel, está pendiendo de un hilo.
Estados Unidos no es capaz
de soportar su peso por sí mismo. El sistema que lo alimenta necesita
desesperadamente de todos los recursos que pueda tomar de afuera. Es un kraken que extiende sus largos tentáculos hasta donde le es
posible para controlar situaciones alejadas de su entorno inmediato. Sea como
sea, con reformas, gobiernos comprados o intervenciones armadas, los yankees se
proponen doblegar cualquier obstáculo para obtener lo que quieren. Con Trump
eso podría terminar. Podría.
Clinton tenía el apoyo de todo el sistema: la
industria del entretenimiento completa, las estrellas de Hollywood (los Avengers invitaron
a votar veladamente por ella), la musical (figuras como Katy Perry la
promocionaron hasta el hartazgo), las grandes cadenas de televisión y la prensa
que tienen inversiones en el sector financiero, energético e inmobiliario, la
realeza alineada de Medio Oriente, etc. El llamado “consenso” a favor de
Clinton ya cantaba victoria publicando encuestas donde daban una victoria
segura a Hillary. Bastaba con ver las caras de los reporteros de CNN durante la
cobertura del día D para saber que las cosas no estaban saliendo como se
planeaba. Asombro, decepción, desconcierto. Luego el pánico en las bolsas
internacionales, la caída en picada de las inversiones en todo el mundo. Sí,
son señales de que su hegemonía corre un riesgo real. Puede que la fiesta se
les termine.
La clase trabajadora estadounidense, decepcionada
por el cambio que Obama prometió y nunca llegó, castigó con su voto a los
demócratas. Rabiosos acudieron a las urnas los desempleados, los que vieron que
los lugares donde trabajaban cerraban porque las inversiones migraban, incluso
a otros países. Basta ver la caída de los estados industriales de la zona norte
del medio oeste. A ellos Trump les prometió devolverles el empleo y el nivel de
vida que perdieron durante el periodo de Obama, con Clinton como secretaria de
Estado.
Es irónico y sumamente
triste: las mayorías empobrecidas por el neoliberalismo que concentra la
riqueza en unos pocos están poniendo en jaque al sistema eligiendo a un burgués
conservador. Ni la izquierda revolucionaria pudo idear un escenario tan
complejo. Trump podría destruir al sistema desde adentro.
Pero no hay que
confundirse. Trump no es muy diferente a toda la clase empresarial que
respaldaba a Hillary, Donald es sólo su exponente más feo, el
que no tiene pelos en la lengua, el que no se reservaba para sus charlas
privadas lo mucho que odiaba a la gente pobre, latina o negra. Por eso les
espantaba. No hay que olvidar que Trump no es un político de carrera,
es un empresario; paradójicamente es un multimillonario conservador producto
del liberalismo económico, un icono de la cultura del emprendedurismo (Peña
Nieto dixit), un burgués conservador de peso completo que explota igual que un
liberal, que también utiliza directa o indirectamente la mano de obra (barata)
migrante que tanto dice odiar.
“No hay nada más parecido a
un fascista que un burgués asustado”, dijo Berlot Bretch. Trump es eso. Un
millonario que cree que su fortuna y su concepción de país están en riesgo con
el libre mercado que lo hizo grande y ahora quiere cerrarle el paso. En pocas
palabras, Trump es un producto del sistema capitalista que termina
por morderse la cola.
Se trata entonces de un conflicto interburgués, de un choque entre dos visiones del capitalismo donde la gente de a pie no tiene injerencia alguna.
Se trata entonces de un conflicto interburgués, de un choque entre dos visiones del capitalismo donde la gente de a pie no tiene injerencia alguna.
Imagen: Especial |
Ganó el miedo, ganó el
racismo
Ya desmantelados los mitos,
queda un punto más por aclarar. Ganó el miedo, ganó el racismo: Casi el 60% de los norteamericanos
blancos votó por Trump, lo que revela que el discurso racista
del hombre del copete rubio tuvo el respaldo de la mayoría blanca. Ocho años
después de elegir a un presidente afroamericano por primera vez en la historia,
la discriminación y el conservadurismo se exacerban.
Trump dominó entre los
religiosos cristianos: protestantes (60%), católicos (52%), mormones
(61%) y cristianos (55%). El republicano se quedó con casi 7 de cada 10 votos
de los blancos sin título universitario, entre los que se encuentran el 62% de
las mujeres blancas que no fueron a la universidad. Resultó que la
mayoría blanca norteamericana sigue siendo profundamente racista y no está
dispuesta tolerar la presencia de las minorías (que en pocos años,
aunque les duela, serán mayorías). El efecto Obama fue sólo una ilusión.
Contra todo pronóstico,
contra todo el sistema mediático a favor de Hillary, Trump se impuso. De poco
sirvió la maquinaria de los mass media que con justa razón lo
tachaba a todas horas de racista y misógino, muy poco les importó a sus
votantes los constantes señalamientos porque se vieron reflejados en él.
¿Cómo fue que una sociedad
tan mediatizada como la estadounidense se resistió a los mensajes de sus ídolos
pop que les pedían el voto por Hillary? El discurso de Trump se cimentó
en los valores tradicionales que a los gringos les enseñan desde pequeños: la
excepcionalidad de EU, la supremacía blanca, la admiración al empresario, al
dinero. El discurso anti Trump que por más de un año bombardeó a la gente
no pudo vencer al discurso supremacista que por décadas se ha insertado en las
mentes norteamericanas. No hay por qué extrañarse.
De los países más
desarrollados, Estados Unidos es el segundo más ignorante, el que tiene el
mayor índice de agresiones a mujeres, el primero en muertes por arma de fuego,
en el que la mitad de su población cree que los musulmanes deben ser expulsados
del país, el que tiene más de 50 millones de pobres, uno de los de mayor
desigualdad económica en el mundo. Entonces la victoria del empresario no es
una sorpresa, el triunfo de Trump es el espejo en el que se mira la sociedad
norteamericana, en el que se proyectan sus mayores defectos y contradicciones.
Capitalismo, clasismo, racismo,
supremacía blanca, patriarcado, machismo. Todo eso es Trump: es el hijo sano
del sistema estadounidense que ahora se horroriza por haberlo elegido.
Imagen: Especial |
El sistema se ha dado un
balazo en el pie. No queda más que darle un empujoncito para que se caiga. Es
hora de entender que Estados Unidos necesita más del mundo que el mundo de
Estados Unidos, que los gringos son absolutamente dependientes de
los recursos del resto del mundo para mantener su tren de vida, que es momento
de hacer un viraje en el rumbo económico mundial que se ha definido en
Washington desde hace décadas. Si Trump quiere cerrar sus fronteras, que lo
haga, a ver de dónde saca todo lo que Estados Unidos está acostumbrado a robar
de afuera, a ver si puede vivir sin el petróleo mexicano, venezolano o de Medio
Oriente, a ver si puede vivir sin la mano de obra barata de Latinoamérica y
Asia, a ver si puede vivir sin los minerales de África. Realmente lo dudo.
Puede que hoy Trump ya haya
negociado con las élites la continuidad del sistema neoliberal, que todo siga
igual como si Clinton hubiera ganado, que continúe el capitalismo desbocado y
sus políticas imperalistas, pero lo que podemos rescatar de todo este negro
panorama es que, sin proponérselo, Trump ha desenmascarado al sistema,
nos mostró su rostro más feo y sin maquillaje. A veces se requiere ir a los
extremos, ver la pudrición debajo de la linda fachada para darse cuenta del problema.
Trump está resultando ser la muy necesaria sacudida de conciencia para que la
gente reflexione sobre el régimen que lo oprime.
Tarde o temprano, incluso
los que apoyaron a Trump se darán cuenta de su error, cuando llegue el desastre
ante la ruptura del frágil equilibrio estadounidense.
Vienen días y años muy complicados. No sabemos
hasta dónde puedan llegar en realidad las políticas de Trump, pero la tarea del
mundo es clara: dejar de depender de Estados Unidos, empezar a tejer relaciones
comerciales y culturales que tengan como eje el desarrollo humano justo y
equitativo, no el lucro de pequeñas élites; emprender políticas sociales que
estén alejadas de la injerencia norteamericana y de sus aliados. Darle la
espalda al racismo que nos ha separado, a la democracia burguesa que nos ha
engañado y al neoliberalismo que nos ha estafado.
Buen artículo, ¡felicidades!
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