(FOTO: ESPECIAL) |
Por Gustavo Godínez
Twitter: @escupeletras
Recuerdo muy bien el 1994. Yo era apenas un niño convirtiéndose
en adolescente cuando ese año me sacudió por completo. El maravilloso mundo
infantil terminó de chingadazo en esos 365 días cuando la realidad me abofeteó
y me gritó en la cara: “¡hey, estás en México, así de terribles son las cosas
aquí, vete acostumbrando!”.
Como
dijo el periodista Juan Carlos Pérez Salazar, en México no hay años tranquilos,
pero el 94 fue un año especialmente turbulento.
Cómo
dolió ese 1994, pero dejó muchas lecciones. A veces sólo así se aprende. Ya
pasaron 20 años, pero las enseñanzas de aquellos 12 meses siguen hasta hoy. Recuerdo
aquel 1 de enero, las primeras imágenes que vi en la televisión fueron las de
un grupo de indígenas encapuchados armados con rifles tumbando las puertas de
varios ayuntamientos en el estado de Chiapas. Y la cosa no era menor, aquello
era una revolución.
Después de
años en las sombras de la Selva Lacandona, el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN) decidió con valor salir a la luz.
Desde
el primer minuto de aquel primer día del año entraba en vigor el Tratado de
Libre Comercio de América del Norte (TLC o TLCAN), que en el discurso
del gobierno federal, encabezado por Carlos Salinas de Gortari, terminaba de
marcar el ingreso de México a la modernidad, pero el levantamiento armado zapatista
hizo que las miradas del país y del mundo voltearan a los problemas enraizados
en un pasado lejano, la terrible discriminación, desigualdad y pobreza persistían
en cada rincón del país.
Por medio de una campaña propagandística sin precedentes,
Salinas de Gortari trató de quitarse la sombra del fraude electoral que lo
llevó al poder. Los engañosos spots rebosaban optimismo, la falsa So-li-da-ri-dad
estaba en todas partes cantada en voz de las estrellas del Canal de las
Estrellas. El mensaje que quería proyectar el gobierno era claro: México era un
país fuerte, equitativo, moderno, casi un paraíso. El llamado “milagro mexicano”
se había consolidado. Las mentiras eran tantas que ya no cabían en la TV.
Detrás de todas esas mentiras estaba la larga
noche del neoliberalismo: durante el salinato se privatizaron más del 90% de
las mil 150 empresas estatales, entre ellas las que controlaban sectores
estratégicos como la banca, las minas, los ferrocarriles y las
telecomunicaciones. Sólo era el principio de un coctel que resultó en una gran
crisis cuyos efectos aún se sufren.
Pero
el EZLN arruinó la fiesta neoliberal que parecía no tener obstáculos. Irónico fue
que un grupo de indígenas encapuchados hayan desenmascarado el engaño de
Salinas. Toda la fantasía escenográfica
de bonanza y abundancia creada durante el sexenio se desmoronó en doce
días de fuego. Y apenas era el inicio del año.
En el mundo también pasaban cosas memorables. Después de 27 años
de encierro político y de ganar unas elecciones históricas, Nelson Mandela
tomaba protesta como el primer presidente negro de la historia de Sudáfrica,
poniendo fin a la infame era del apartheid.
El racismo siempre debe ser repudiado y aplastado.
El auge mediático de la llamada Generación X comenzaba a llegar a su fin. La generación del desencanto
ante la decadencia del capitalismo lloraba el suicidio de su máximo icono
musical, Kurt Cobain, vocalista, guitarrista y compositor de la banda de “grunge”, Nirvana. El rock no es sólo
música, es una forma de vida… y también de muerte.
También
fue un año mundialista. Estados Unidos 94 regresó la gloria al futbol
brasileño. En la final de un Mundial más aburrida que tenga memoria, la verde-amarela de Romario y Bebeto se
imponía en penales a la Italia de Roberto Baggio. Y México, qué decir de
México. La Selección Nacional, fiel a su costumbre, se quedó en octavos de
final. Una vez más los malditos penales dejaron fuera al Tri. El futbol sólo es
futbol.
Regresando a México, el 94 también fue un año electoral. Luis
Donaldo Colosio Murrieta fue nombrado candidato del PRI a la presidencia de la
república. En el histórico discurso del 6 de marzo en el Monumento a la
Revolución, dijo: "Veo un México con hambre y con sed de justicia. Un
México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes
deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las
autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales. Como partido
de la estabilidad y la justicia social, nos avergüenza advertir que no fuimos
sensibles a los grandes reclamos de nuestras comunidades…”. Estas palabras
marcarían un claro distanciamiento con Salinas y la política neoliberal. Unos
días después estaba muerto.
El 23 de marzo, en un mitin en la colonia popular Lomas
Taurinas, en Tijuana, Baja California, mientras la canción “La Culebra”, de La
Banda Machos, retumbaba en las bocinas del sonido ambiente, Colosio fue
asesinado de dos disparos en medio de la multitud que lo acompañaba al término
del evento. Teorías sobre el caso hubo muchas, pero ninguna satisfizo a la
opinión pública, que señalaba un crimen de estado.
En medio de la polémica, el caos y el luto, Ernesto Zedillo Ponce de
León, coordinador de la campaña de Colosio, fue nombrado el candidato sustituto.
Increíblemente ganó. La sombra del fraude volvía a aparecer. El voto del miedo
nunca debe subestimarse.
Pero la sangre no terminaba de correr. José Francisco Ruiz Massieu,
cuñado de Salinas y presidente del CEN del PRI, fue asesinado en septiembre.
Todo señalaba a una lucha intestina entre Raúl Salinas de Gortari y los Massieu
al interior del tricolor. La política al estilo priista es una guerra caníbal
que busca el poder por el poder, el pueblo es lo que menos importa.
El
colmo de este año estaba por venir. Cuando parecía que el país no podía estar
peor, sobrevino la crisis económica más profunda de la historia moderna de
México. Días después la entrega del poder de Salinas a Zedillo el 1 de
diciembre, una enorme devaluación arruinó la navidad y el año nuevo de los
mexicanos. El dólar tenía un tipo de cambio de 3.4 pesos, pero conforme
diciembre se diluía, la moneda nacional se desbarrancaba. Para enero de 1995,
el dólar se vendía ya a 7.20 pesos y siguió devaluándose en los años siguientes
hasta nuestra acostumbrada fluctuación actual entre los 13 y 12 pesos por dólar.
La crisis que empezó en el error de
diciembre del 94 se profundizó al año siguiente, en efecto dominó la
empresas cerraban una tras otra, el
desempleo cundía en todas partes y la pobreza llegó a casi el 70% de la
población. Ni las oraciones salvaban a nadie. El efecto tequila terminó con el embuste salinista del “milagro
mexicano”.
Ya no había de dónde asirse, ya no teníamos banca, ya no teníamos
minas, ya no teníamos ferrocarriles, no había productividad. Salinas y Zedillo
se echaban la bolita sobre la paternidad de la crisis, pero el daño de la
pesadilla neoliberal salinista estaba hecho. Un sistema económico en el que la
explotación y el capital están por encima del ser humano siempre traerá miseria
y segregación.
Con el
país en caos total, yo me quedo con el zapaitismo. La lección más importante de
aquel 94 vino del sur, del corazón
olvidado de la patria. Los cambios siempre vendrán desde abajo.
El EZLN condenó los engaños del neoliberalismo, nos recordó que un mundo
diferente a la esclavitud, exclusión y exterminio del capitalismo era posible,
que es posible un mundo donde quepan
muchos mundos, que si quieres quitarte la mano opresora del cuello hay que
vivir con dignidad rebelde.
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