«Arrojar una
piedra es una acción punible. Arrojar mil piedras es una acción política.
Incendiar un coche es una acción punible, incendiar cien coches es una acción
política. Protestar es denunciar que eso o aquello no es justo. Resistir es
garantizar que aquello con lo que no estoy conforme no se vuelva a producir.»
Ulrike Meinhof
@escupeletras
La violencia. Esa
acción inseparable de la humanidad. Ese doloroso curso de la historia. Ese
monopolio legal del Estado. Esa palabra que no cesa en los medios de
comunicación. Ese tabú que tanto espanta.
En los últimos
días, el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala,
presuntamente masacrados y calcinados por un grupo del narcotráfico en
complicidad con autoridades locales, ha convulsionado a México y ha trascendido
en el mundo. Las protestas en todo el país han sido multitudinarias y en no
pocos casos se han suscitado acciones violentas.
En el discurso de
la aplastante mayoría de los medios de comunicación nacionales, existe una
condena generalizada a estos actos; etiquetan con ligereza y sin temor a
quienes los ejecutan como “violentos”, “vándalos”, “provocadores”,
direccionando una connotación claramente negativa.
No debe
sorprendernos que la mayoría de los grandes diarios y medios de comunicación
dediquen sus portadas a defender el estaus quo actual, pues viven de él y están
su servicio. Lo importante aquí es desmitificar a la violencia, quitarle ese
tabú que causa espanto y temor, eliminar esa tendencia a su condena automática
carente de contexto, arrancarle ese desprestigio intrínseco que ignora sus
razones.
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Un análisis del discurso aplicado a la prensa nacional en el
caso Ayotzinapa reveló que el diario Excélsior ha otorgado mayor cobertura a
las declaraciones del presidente que a las protestas o las víctimas. (IMAGEN:
ARTÍCULO 19)
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En el siglo
pasado, después de las dos grandes guerras, en medio de la constante tensión de
la Guerra Fría y de los variados conflictos armados durante ella, se estableció
un paradigma de paz impulsado principalmente por los medios de comunicación. La
violencia se proscribió como inadmisible en cualquier nivel y contexto. En los
60, el jipismo ayudó a catapultar la idea del pacifismo como la única salida a
un mundo asolado por guerra. Figuras como el Dalai Lama, Mahatma Gandhi y John
Lennon fueron modelos a seguir para toda una generación y su pensamiento
repercutió en el orden social de su tiempo y de las décadas venideras.
En una de sus
frases más famosas, Gandhi expresó: “No
hay camino para la paz, la paz es el camino”. De acuerdo. Pero surge ahí
una pregunta clave: ¿qué hacemos con aquellos no están dispuestos a sostener el
acuerdo de paz y ocupan las más diversas formas de violencia para oprimir a los
pueblos?
El pacifismo a
ultranza que impera desde hace más de 50 años en nuestras sociedades occidentales
no admite este cuestionamiento. El problema de este paradigma de paz es que
despojó a la violencia de todo contexto e intencionalidad.
Se constituyó así
una paz ciega y sorda, incapaz de analizar y juzgar a la violencia desde sus
protagonistas, sus causas y sus objetivos. Se instituyó un pacifismo bruto que
no tomaba en cuenta que afuera de la burbuja color de rosa de sus promotores
había un mundo violento construido por aquellos, muchos, que no estaban
dispuestos a obedecer el paradigma de la paz para conservar sus posiciones de
privilegio. Se erigió una paz de perpetua inmovilidad y sumisión que juega a
favor del mantenimiento de un status quo construido con base en el abuso.
Se formaron así
sociedades mansas, masas inertes, capaces de aguantar toda la violencia diaria
de los poderes del Estado y de los poderes fácticos. Sociedades siempre
dispuestas a resistir todo abuso y a poner la poner la otra mejilla, sociedades
“civilizadas” que se acostumbraron a enfrentar una maquinaria de explotación y
segregación con una rama de olivo en la mano. El pacifismo se estableció como
una gran barra de contención invisible del descontento ciudadano al servicio de
las clases dominantes.
Se insertó así la
idea de que todo acto violento es, sin distinción, “malo”, “irracional”,
“primitivo”, “salvaje”, “dañino”, “condenable”, “castigable”.
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Se constituyó una paz ciega y sorda, incapaz de analizar y
juzgar a la violencia desde sus protagonistas, sus causas y sus objetivos. Se
instituyó un pacifismo bruto que no toma en cuenta que afuera de la burbuja
color de rosa de sus promotores hay un mundo violento construido por
aquellos, muchos, que no están dispuestos a obedecer el paradigma de la paz
para conservar sus posiciones de privilegio. (IMAGEN: ESPECIAL)
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No
se trata de hacer una apología de la violencia por sí misma, de ninguna manera.
Lo importante es tomar conciencia de que no todas las violencias pueden ser
juzgadas de igual forma. Ante cualquier acto de violencia, siempre debemos
preguntarnos ¿quién la ejerce? ¿contra qué o quién? ¿en respuesta a qué
(antecedentes, contextos)? y ¿cuál es su objetivo?
El célebre escritor argentino Julio Cortázar, en su texto Corrección de pruebas de 1973, nos dejó una gran guía para tomar una postura frente a los actos de violencia:
El célebre escritor argentino Julio Cortázar, en su texto Corrección de pruebas de 1973, nos dejó una gran guía para tomar una postura frente a los actos de violencia:
“Es necesario darse cuenta de que la violencia-hambre, la violencia-miseria, la violencia-opresión, la violencia-subdesarrollo, la violencia-tortura, conducen a la violencia-secuestro, a la violencia-terrorismo, a la violencia-guerrilla; y que es muy importante comprender quién pone en práctica la violencia: si son los que provocan la miseria o los que luchan contra ella”
De esta cita
establecemos entonces que hay diversos tipos de violencia con diferentes
orígenes. Cuando hablamos de violencia generalmente pensamos en un acto que
hiere físicamente, que causa un daño corporal o material por medio de un golpe,
una cortadura, una explosión, un impacto; pensamos en un tolete, en un palo, en
una piedra, en un petardo, en una bala, en una bomba. Pero la violencia, en su
más amplio sentido, es mucho más.
La inequidad de
género, la segregación racial y cultural, la depredación y el despojo de los
recursos naturales, la explotación laboral, la desigualdad económica y la
pobreza son violencias cotidianas, violencias que vemos y sufrimos a diario con
una fuerza implacable, pero la mayoría de la población está tan acostumbrada a
ellas que ni siquiera las nota.
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La inequidad de género, la segregación racial y cultural, la
depredación y el despojo de los recursos naturales, la explotación laboral,
la desigualdad económica y la pobreza son violencias cotidianas, violencias
que vemos y sufrimos a diario con una fuerza implacable, pero las mayorías
están tan acostumbradas a ellas que ni siquiera las notan. (FOTO: ESPECIAL)
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Con el ascenso
del capitalismo como el sistema socioeconómico hegemónico a nivel global, estas
violencias se normalizaron, se hicieron tolerables, aceptadas, a veces
invisibles para el colectivo. En esta dirección, el sociólogo francés Pierre
Bordieu acuñó en la década de los 1970 el término “violencia simbólica”, donde
el "dominador" ejerce un modo de violencia indirecta y no físicamente
directa en contra de los "dominados", los cuales no la perciben o son
inconscientes de dichas prácticas en su contra[i].
Ante las violencias cotidianas inherentes de los Estados burgueses y el sistema socioeconómico imperante, surgen otras violencias que son una respuesta natural. Cortázar acierta al señalar que las violencias que ejercen las clases dominantes desemboca en violencias por parte de las clases dominadas, ya sea como medio de supervivencia ante la falta de oportunidades que el sistema provoca (como en los casos del robo, el secuestro o el narcotráfico) o como respuesta al abuso de las élites que dirigen el sistema y en busca de su caída (como en el caso de las protestas violentas, las guerrillas y las revoluciones armadas).
Es precisamente
en este contexto de violencia cotidiana donde es necesario el rescate del
concepto de legítima defensa, que se traduce en actos de violencia.
No confundir
legitimidad con legalidad, ahí radica la diferencia entre la violencia de las
protestas sociales o las revoluciones y la violencia cotidiana del Estado
burgués.
Hago una
diferenciación conceptual entre la legitimidad y la legalidad. Defino a la legitimidad con base en la justicia y a la legalidad con base en la
ley. Una acción, un documento, una organización o un personaje son legítimos
cuando la justicia los asiste, tienen legitimidad cuando se mueven en función de
una causa justa. La legalidad es el marco jurídico aprobado por un Estado. Pero
la legalidad no siempre es legítima, pues una ley no siempre está asentada en
la justicia, sino en la conveniencia de la clase dominante. Idealmente lo legal siempre debe ser legítimo, pero en la realidad lo legal puede ser
ilegítimo y lo legítimo puede ser ilegal.
La esclavitud y
el racismo que en muchas partes del mundo y por muchos siglos fueron legales,
nunca fueron legítimos porque nunca fueron justos. Lo mismo ocurre hoy con la explotación laboral, el
despojo, la marginación, la desigualdad y la pobreza que producen los sistemas
económicos neoliberales al amparo de la legalidad.
Entonces, ¿qué legitimidad
tienen la discriminación, la explotación o el despojo? Ninguna, pero, a pesar
de ello, es la violencia aceptada, tolerada y a veces hasta fomentada y
celebrada por las clases dominantes y sus medios de comunicación.
Por supuesto,
también es violencia ilegítima la ejercida por las clases dominadas como medio
de supervivencia, pues el robo, el secuestro y el narcotráfico también ejercen
violencia contra inocentes y casi siempre sobre el mismo lado de los dominados.
En contraste, la respuesta violenta a la discriminación, la explotación, el despojo, la desigualdad económica y la pobreza tiene una base de legítima defensa, consolidándose así como violencia legítima. Las protestas, las guerrillas, las revoluciones no surgen de la nada, la rebeldía tiene su génesis en la opresión. Toda violencia legítima nace en respuesta a la injusticia.
En contraste, la respuesta violenta a la discriminación, la explotación, el despojo, la desigualdad económica y la pobreza tiene una base de legítima defensa, consolidándose así como violencia legítima. Las protestas, las guerrillas, las revoluciones no surgen de la nada, la rebeldía tiene su génesis en la opresión. Toda violencia legítima nace en respuesta a la injusticia.
El problema de
significación de la violencia legítima radica en que los medios masivos de comunicación
al servicio de las clases dominantes condenan esta violencia, aplicando casi
siempre una connotación negativa. El discurso del pacifismo bruto invade a la
ciudadanía, instalado a base de repetición en las mentes de la mayoría, replica
la condena mediática, completando el círculo de inmovilidad que las élites
buscan para no perder su hegemonía.
El
discurso de la paz ciega en los medios de comunicación coloca a todas las
violencias legítimas en una misma caja, las reprueba y condena por igual, pero
suele aprobar a una violencia que en la mayoría de las ocasiones resulta
ilegítima: la violencia del Estado burgués, una violencia institucionalizada
que protege el sistema hegemónico construido y sostenido con base en toda la
variedad de violencias ilegítimas toleradas.
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El discurso de la paz ciega en los medios de comunicación
coloca a todas las violencias legítimas en una misma caja y las condena por
igual, pero suele aprobar a una violencia que en la mayoría de las ocasiones
resulta ilegítima: la violencia del Estado burgués, una violencia
institucionalizada que protege el sistema hegemónico construido y sostenido
con base en toda la variedad de violencias ilegítimas toleradas. (FOTO:
ESPECIAL)
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El principal
problema del pacifismo bruto es que permanece neutral ante las injusticias,
tiende a quedarse inmóvil ante los abusos, quieto mientras es avasallado por
las violencias ilegítimas.
Cae
en un grave error quien rechaza la violencia por sí misma, pues el objetivo de
la violencia cambia según quien la pone en práctica, si los opresores o los
oprimidos: el opresor busca conservar sus privilegios y el mantenimiento de un
sistema injusto a través de la violencia ilegítima; el oprimido busca quitarse
ese yugo que lo lastima mediante la violencia legítima.
Quien
rechaza toda violencia en automático, sin realizar ningún tipo de análisis
sobre su raíz y sus objetivos, puede terminar respaldando la injusticia.
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Sin desestimar
los valiosos logros de las “revoluciones sin manos”, es claro que la mayoría de
los cambios sociales en la historia a favor de causas legítimas se han dado
como producto de acciones violentas. La Revolución Francesa, la Gran Guerra
Patria, los movimientos independentistas a lo largo y ancho del mundo; en
México, la Guerra de Independencia y la Revolución, todas y cada una de ellas
fueron violentas, derramaron sangre y costaron vidas de ambos lados. Todos
estos movimientos fueron caracterizados por violencias legítimas que se
enfrentaron a la injusticia.
No imagino a
Hidalgo y a Morelos (esos que tanto celebran y honran cada 16 de septiembre los
que hoy son pregoneros del pacifismo) cantando canciones de paz y amor para que
la Corona Española aboliera la esclavitud y concediera la Independencia a
México, tampoco imagino a Zapata y a Villa prendiendo veladoras para que
Porfirio renunciara.
Nunca se debe de
subestimar la resistencia no violenta, la protesta pacífica, las marchas, las
huelgas, los paros, siempre deben de ser las primeras en estrategias en
ejecutarse, pero hay que reconocer sus limitaciones, sobre todo cuando del otro
lado de las movilizaciones hay un poder agresivo o tan sordo como el mismo
pacifismo bruto.
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El pasado 8 de
noviembre, durante una protesta pacífica en el Zócalo con motivo del caso
Ayotzinapa, un grupo de personas aprovecharon la movilización para prenderle
fuego a la puerta del Palacio Nacional, la golpearon para tratar de derribarla.
Como se esperaba, la mayoría de los medios de comunicación y los partidarios
del pacifismo bruto no tardaron en condenar las acciones de violencia y
pugnaron por el cumplimiento Estado de Derecho y la preservación de una puerta
histórica. Mismo discurso han tomado ante toma y quema de los palacios de
gobierno municipales y estatal en Guerrero como parte de las protestas por los
estudiantes asesinados.
Los señalamientos
sobre posibles grupos de infiltrados del gobierno en los actos de violencia
dentro de protestas pacíficas tienen sustento. Hay fotos y videos que sugieren
la protección de la policía a estos grupos. Los infiltrados son siempre una posibilidad en la
protesta pacífica, las operaciones de bandera
falsa son utilizadas
cotidianamente por los gobiernos para desprestigiar o inculpar a grupos
opositores o causas incómodas, precisamente colgados en el paradigma del
pacifismo bruto, ¿pero no se les ha ocurrido que hay quien ya no ve en ese
pacifismo una solución? En cualquier caso, la mayoría de los medios se encargan
de magnificar los hechos, sean cometidos por "infiltrados" o no, y de
asignarles una connotación negativa.
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Las operaciones de bandera falsa son
utilizadas cotidianamente por los gobiernos para desprestigiar o inculpar a
grupos opositores o causas incómodas, precisamente colgados en el paradigma
del pacifismo bruto, ¿pero no se les ha ocurrido que hay quien ya no ve en
ese pacifismo una solución? En cualquier caso, la mayoría de los medios se
encargan de magnificar los hechos, sean cometidos por "infiltrados"
o no, y de asignarles una connotación negativa. (IMAGEN: ESPECIAL)
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Volvemos aquí a legitimidad de la violencia. Suponiendo, sin
asegurar, que sean acciones independientes y meditadas de personas inconformes
sin nexo alguno con el gobierno, se manifiestan violentamente como una legítima
expresión de indignación, de rabia, de dolor, ante la corrupción e
incompetencia del gobierno para garantizar su primera responsabilidad: la
seguridad de sus ciudadanos.
Sobreviene entonces una respuesta violenta a la ausencia del Estado de Derecho causado por la incapacidad de la propia autoridad, una incapacidad que ha provocado una tormenta de violencia ilegítima que nos ha costado 120 mil asesinados y 30 mil desaparecidos desde 2005.
Sobreviene entonces una respuesta violenta a la ausencia del Estado de Derecho causado por la incapacidad de la propia autoridad, una incapacidad que ha provocado una tormenta de violencia ilegítima que nos ha costado 120 mil asesinados y 30 mil desaparecidos desde 2005.
Equiparar el
valor de los objetos al de las vidas humanas es otro error del pacifismo bruto. ¿Les
parece ilegítimamente violento que los indignados destruyan camiones de grandes
empresas explotadoras, que tomen autopistas para dejar pasar sin cuota en un
país de libre tránsito, que quemen ayuntamientos o puertas de palacios como
respuesta a los abusos, acciones y omisiones del poder establecido? A mí me
parece ilegítimamente violento que el presidente viva en una casa de 68
millones de pesos en un país donde hay 55 millones de pobres y 40 millones más
muy cerca de la línea de la pobreza. Me parece ilegítimamente violento que en
un país con el 50% de población viviendo en condiciones de pobreza y con otro
30% muy cerca de ella viva el hombre más rico del mundo, me parece
ilegítimamente violento que el 1.2% de las personas más ricas del país posea
43% de la riqueza total individual de todo México. Si eso no les parece
violento, por ahí empezamos mal.
“Vándalos,
güevones, que se pongan a trabajar” es una expresión recurrente en la boca de
las masas inertes para juzgar a las protestas tanto pacíficas como violentas.
Se les olvida que a diario todo el mundo trabaja, estudia, lucha por superarse
sin ver un cambio verdadero en el sistema que lo oprime. “El cambio está en uno
mismo”, dicen los inmóviles ignorando que la estructura del sistema social está
diseñada para oprimir e inhibir el cambio, haciendo inútiles los esfuerzos
individuales aislados.
“No se puede
exigir justicia actuando con violencia”, fue la condena del presidente Enrique
Peña Nieto a las protestas violentas, pronunciada en Alaska, escala técnica de
su gira a China. Me parece que se equivoca. ¿No fue acaso un acto de
violencia simbólica el hecho de que el presidente se largara de gira a China en
medio del caos por el caso Ayotzinapa?
Los verdaderos violentos, los vándalos, son los que malgobiernan, los que explotan, los que crean la miseria. La desigualdad es más violenta que cualquier protesta.
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Los verdaderos violentos, los vándalos, son los que malgobiernan, los que explotan, los que crean la miseria. La desigualdad es más
violenta que cualquier protesta. (FOTO: ESPECIAL)
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Un “revoltoso”
podrá romper un vidrio con una piedra, pero un “respetable empresario” o un
“honorable gobernante” puede alterar la vida entera de cientos, miles o
millones de personas con una decisión, una estrategia o con el simple hecho de
estampar su firma. Los violentos más peligrosos son los que suelen usar traje y
corbata de diseñador.
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A
estas alturas de la historia debemos entender que la violencia nunca, jamás, es
deseable, pero a veces es necesaria cuando se trata de responder al opresor que
se empeña en aplastar a los justos.
“La crisis se produce cuando
lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer”,
dijo el escritor alemán Bertolt Brecht. Romper con lo establecido implica
casi obligatoriamente romper la ley que lo protege, ese choque casi siempre
implica violencia, sufrimiento.
Queda la
elección: dejar que lo viejo siga viviendo y oprimiendo o buscar lo nuevo a
sabiendas de que su nacimiento, como cualquier parto, causará dolor. El miedo
nos consume, nos paraliza; ante el temor de perder lo poco que tenemos, optamos
por mantener lo viejo, la ‘seguridad’ de nuestra miseria, pero hay que ser
conscientes de que cuando lo nuevo sea inevitable, cuando lo nuevo se abra paso
por el peso de su justicia, debemos darle la bienvenida.
Si
el poder no sirve a los intereses y el bienestar del pueblo, ese poder debe
caer. No se espanten, por favor,
si ello implica violencia, legítima violencia.
PD: ¿Se
acuerdan cómo detuvimos los fraudes electorales de 1988 y 2006, la violencia de
la “Guerra contra el Narco”, la imposición de 2012 y la Reforma Energética de
2013 con la protesta pacífica? Yo tampoco.
[i] Para Borideu la
práctica la violencia simbólica es parte de estrategias construidas socialmente
en el contexto de esquemas asimétricos de poder, caracterizados por la
reproducción de los roles sociales, estatus, género, clase social, categorías
cognitivas, representación evidente de poder y/o estructuras mentales, puestas
en juego cada una o bien todas simultáneamente en su conjunto, como parte de
una reproducción encubierta y sistemática.
Las
prácticas de la violencia simbólica son parte de estrategias construidas
socialmente en el contexto de esquemas asimétricos de poder, caracterizados por
la reproducción de los roles sociales, estatus, género, clase social,
categorías cognitivas, puestas en juego cada una o bien todas simultáneamente
en su conjunto, como parte de una reproducción encubierta y sistemática. La
violencia simbólica está estrechamente ligada a otros conceptos de Bourdieu
como:
-Habitus,
el proceso a través del cual se desarrolla la reproducción cultural y la
naturalización de determinados comportamientos y valores.
-Incorporación,
el proceso por el que las relaciones simbólicas repercuten en efectos directos
sobre el cuerpo de los sujetos sociales.
Bourdieu
nos habla de cómo naturalizamos e interiorizamos las relaciones de poder,
convirtiéndolas así en evidentes e incuestionables, incluso para los sometidos.
De esta manera aparece lo que Bourdieu llama violencia simbólica, la cual no
sólo está socialmente construida, sino que también nos determina los límites
dentro de los cuales es posible percibir y pensar.
Tenemos que tener en
cuenta que el poder simbólico sólo se ejerce con la colaboración de quienes lo
padecen, porque contribuyen a establecerlo como tal. Según Foucault, no podemos
hablar de relación de poder sin que exista una posibilidad
de resistencia. El subordinado no puede ser reducido a una total pasividad sino
que tiene la opción de buscar otras formas de responder al poder tanto
individuales como colectivas.
Como
advierte Bourdieu (1999), la violencia simbólica no es menos importante, real y
efectiva que una violencia activa ya que no se trata de una violencia
“espiritual” sino que también posee efectos reales sobre la persona.
Para
identificar la violencia simbólica lo primero es identificar que este tipo de
violencia se ejerce a través de la publicidad, las letras de canciones, del
refranero y de los dichos populares, juegos de video, novelas, revistas o
caricaturas. Lo segundo es cuestionarnos, preguntarnos sobre los mensajes que
recibimos y que generalmente son tomados como verdad absoluta.
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