@escupeletras
En vísperas de un nuevo proceso electoral en México, vuelve
a surgir el debate sobre la utilidad social de la participación electoral como
motor de los cambios de fondo que el país urgentemente necesita. Voto útil,
voto de castigo, anulación del voto y la abstención, opciones y estrategias que
se enmarcan en el actual sistema para incidir en las decisiones nacionales.
Si bien las elecciones federales intermedias son
históricamente las de menor participación, en esta ocasión se espera una abstención
aún mayor. Estamos frente a un proceso electoral marcado por la desilusión y la
indiferencia provocadas por el deplorable actuar de todos los partidos y
gobiernos de todos los niveles. La inseguridad y la violencia del crimen
organizado, la falta de oportunidades, la pobreza y la desigualdad económica
han provocado un vertiginoso desgaste del sistema democrático en México.
Ante este panorama y después de un largo periodo de
reflexión, decidí que no votaré por ninguno de los partidos en la boleta electoral.
Tampoco anularé mi voto. Simple y sencillamente, no voy a votar, en esta ocasión
no acudiré a las urnas. En este texto explico las razones de esta decisión y planteo
una alternativa al camino electoral.
Opciones que no
cambian nada
Estamos inmersos en un sistema político-económico
capitalista con recientes reformas tendientes al neoliberalismo, por ello no
hay que olvidar la función de las elecciones en los regímenes capitalistas
constitucionales: elegir dentro del sistema cuál sector del mismo que lo
administrará para garantizar su permanencia mientras legitima y naturaliza las
desigualdades sociales. Nada de alternativas, nada de cambios, nada que
perturbe el estado actual de las cosas, sólo rostros y nombres diferentes que
en el fondo tienen la misma propuesta con pequeñas modificaciones meramente
cosméticas.
No hay que engañarnos. La democracia institucionalizada que
tenemos en la actualidad no propone ninguna alternativa real al desastre de
país que hoy día tenemos.
¿Qué opciones presenta la boleta este 7 de junio?
El PRI. La Revolución que representaba la “R” en sus siglas
fue traicionada hace ya muchas décadas. El partido en el poder ha demostrado
los últimos 35 años que su único proyecto es el neoliberalismo económico, el
remate de los recursos de la nación y la privatización gradual de las
instituciones que tanto se ufanaban de haber creado para privilegiar a un
puñado de empresarios nacionales y extranjeros que empobrecen cada día más el
pueblo. Han demostrado una y otra vez que su único lenguaje es la corrupción,
que el saqueo es su tradición, que la pobreza es su moneda de cambio y que no
pueden controlar la violencia que su herencia social ha dejado.
El PAN. No es muy diferente del PRI. Una derecha
conservadora que dio continuidad al
proyecto neoliberal que comenzó el tricolor
e históricamente su fiel aliado en el Congreso. Hundieron al país en la crisis
de seguridad y derechos humanos más grande de la historia reciente, desataron
una violencia inusitada que ha costado más de 130 mil muertos y ahora vienen a
pedir el voto diciendo que tienen campaña de “ideas”, “ideas” que no tuvieron
en 12 años en Los Pinos.
El PVEM es sólo un satélite del PRI para atomizar el voto.
Una franquicia familiar que ni es “verde” ni es “ecologista”. Un partido que
derrocha raudales de recursos económicos de dudosa procedencia para tener una
omnipresencia que inexplicablemente ni el tricolor tiene. Un partido
acostumbrado a las alianzas de conveniencia y a violar consuetudinariamente la
ley electoral. Docenas de multas por más de 500 millones de pesos no son
suficientes para cambiar su actuar.
El Panal. El antiguo partido de Elba Esther Gordillo terminó
siendo otro satélite del PRI. Sin propuesta propia y sin liderazgo, sigue la
ruta marcada por el tricolor.
El PRD. Una falsa izquierda, ideológicamente extraviada,
domesticada a gusto y capricho del PRI. Triste sombra de la oposición que un
día fue, un partido que después del 2006 aprendió a venderse al poder en turno.
Cada vez más parecido en su actuar al PRIAN que tanto decían enfrentar.
PT y Convergencia. Pequeñas rémoras que durante años
vivieron a la sombra de AMLO, pero que en su ausencia, su propuesta carece de
rumbo y palidece de ideas. Otra izquierda ideológicamente perdida que sólo
aspira a no perder el registro.
Partido Humanista. Otra opción de derecha ultraconservadora
que ni vale la pena revisar.
Encuentro Social. Una satélite más del PRI. Una opción que
se vende como ciudadana, pero que tiene las entrañas tricolores. Evidente es el
reciclaje de rostros y vínculos con la infraestructura priista en sus campañas.
MORENA. El partido de AMLO. La única oposición real del
país, pero que también constituye una izquierda ideológicamente extraviada, conservadora
y que tampoco busca cambiar al sistema de fondo, sólo administrarlo desde la
“honestidad”. Un partido que enfrenta su primera elección replicando ya las
malas prácticas de los viejos partidos y reciclando personajes impresentables.
Un partido que, a pesar de su juventud y de tener una base militante con buenas
intenciones, se está descomponiendo rápidamente en sus cúpulas locales.
Algunos “candidatos ciudadanos”. Aunque hay por
ahí algunas candidaturas interesantes, la mayoría tienen detrás a uno de los
partidos de siempre y otros son una escisión de los mismos, como el caso del
“El Bronco” en Nuevo León, quien después de más de 30 años de militancia
priista, y al ver que su partido no lo abanderaría, se salió del corral a ocho
meses de la elección y decidió irse por la libre.
En la boleta de este 7 de junio, no aparecerá ni una sola
propuesta que busque cambiar al sistema de fondo. Entonces, ¿para qué votar por
un partido o candidato que no representa una opción real de cambio?
Hay que entender que en este sistema las decisiones de las élites
empresariales siempre estarán por encima del bienestar de las mayorías. Mientras
no haya una opción que rompa con ese ciclo, muy poca diferencia habrá en votar
por uno u otro partido, porque el sistema está diseñado así, para que todos
presenten más o menos las mismas propuestas sin romper con el orden actual de
las cosas. No importa si tal o cual partido pierde, la gran burguesía siempre
termina ganando.
El poco confiable sistema
electoral y el voto
A la ‘democracia’ como la conocemos en México se le han dado
ya muchas oportunidades sin que hasta ahora haya resultados favorables a las
mayorías. Con al menos tres fraudes en los últimos 30 años, es mucho pedir
confianza ciega en las instituciones electorales del país. De la caída del
sistema en 1988, pasando por la manipulación del conteo del 2006 y la compra y
coacción del voto en 2012, cómo pide hoy el INE que se acuda a las urnas con
plena seguridad de que el voto será respetado. Si algo se ha comprobado en
México una y otra vez es que el cambio de rumbo en el país está prácticamente
cancelado por la vía electoral, incluso para opciones de izquierda ligera que
poco cambiarían el panorama actual.
Un tanto desconcertante me parece la postura de los que llaman al voto útil (como los partidarios de Morena), pero se quejan
y despotrican (con razón, claro) contra el árbitro electoral. Para ellos, no
debemos de desperdiciar el voto, debemos ejercerlo por Morena, pero no debemos
confiar en el INE. Confían ciegamente en un cambio a través del voto, pero no confían en el sistema electoral.
Aún si los resultados se respetaran, los mecanismos de
representación popular en México están sumamente alejados de la gente. Como
buena democracia burguesa, los partidos no responden a sus votantes, sino a una
oligarquía. Por ejemplo, para la mayoría parlamentaria del PRIAN, poco importó
que según varias encuestas aproximadamente un 70 % de la población rechazara la
Reforma Energética, ignoraron la opinión pública y la aprobaron para complacer
a las grandes compañías transnacionales sedientas de petróleo.
Para qué votar por uno o por otro partido, si al final
ocurre que cuando llegan a San Lázaro se conforman alianzas y contubernios en
los que todos aprueban de la manita reformas antipopulares como las de los
últimos dos años. No hay contrapesos reales. Como ejemplo, el “Pacto por
México”, donde los tres partidos grandes aprobaron las reformas que impulsaba
el PRI. Donde no apoyaba el PAN, ahí estaba el PRD para sacar la mayoría como
en la Reforma Hacendaria; donde no apoyaba el PRD, ahí estaba el PAN para sacar
la mayoría como en la Reforma Energética. Pura simulación democrática. Por eso
es que el voto de castigo no es ya una opción, no podemos seguir castigando al
más corrupto para favorecer al menos corrupto.
Por otra parte, el ejercicio del voto nulo como muestra de
inconformidad y como mecanismo de presión social contra los actores de la
política institucionalizada actual (como propone, entre otros, Denise Dresser)
es una propuesta cuando menos ingenua. El voto nulo es sólo un acto meramente
simbólico que, aunque tiene su valía significativa, no calará en la conciencia
de los que toman decisiones legislativas para modificar el marco legal.
“El anulismo puede crear una crisis de legitimidad
suficiente como sacudir a los partidos políticos de su autocomplaciencia, el
voto nulo tiene efectos políticos más a allá de los números con los cuales
insisten en refutarlos”, expresa la politóloga en un mensaje a favor de la opción
anulista. Dresser otorga demasiado crédito al orden electoral actual y a los
partidos políticos, pues parece ignorar que esa “crisis de legitimidad” ya
existe y que por eso mismo se habla de anulaciones y abstenciones, que por eso
mismo la participación electoral es tan baja y la credibilidad del sistema
político está por los suelos; además espera inocentemente que los partidos que
tanto criticamos y a los que les negamos el voto hagan conciencia y se reformen
a sí mismos por este jalón de orejas que representa el anulismo.
Entiendo las razones de los seguidores del voto útil, del voto
de castigo y del anulismo. Reconozco que con la abstención se deja el camino
libre para los partidos con mayor base y recursos, pero insisto en que realmente
la diferencia entre uno y otro partido y candidato es muy poca. Además ya no
debemos conformarnos con votar por el menos peor. Ya no debemos de hacerle el
juego a un sistema sordo que no ofrece ninguna alternativa real a lo que
actualmente padecemos y no da visos de cambio efectivo por ningún lado.
Aunque diferimos sobre las estrategias, en el fondo creo que
a todos nos une el deseo de cambiar la situación actual del país, por ello,
aunque dudo mucho que en este contexto sus estrategias funcionen, deseo suerte a
los promotores del voto útil, a los del voto de castigo y los anulistas, y
espero que tengan al menos un pequeño efecto real de cambio.
A ellos, simplemente les digo que en estos términos, con
estos partidos y con estos candidatos, no hay opciones reales de cambio, por
ello no hay motivo para ejercer el voto.
Una alternativa al voto
A estas alturas, vale la pena preguntarnos qué se ha ganado
en México con la vía electoral. Los verdaderos cambios profundos del país han
venido por vías no electorales: la Independencia, la Reforma, la Revolución. El
mayor logro del sistema electoral vigente ha sido Vicente Fox, una
decepcionante alternancia que muy poco cambió de fondo y que terminó
devolviendo al poder al mismo partido que se suponía había que desterrar para
siempre.
Hay que reconocerlo, a México le hace falta aún mucha
organización social fuera de los límites de la democracia institucionalizada.
Si bien existen muchas agrupaciones a lo largo y ancho del país que han conseguido
cierta visibilidad y han alcanzado logros valiosos en sus campos de acción, su
alcance aún es reducido y su impacto insuficiente en la escala nacional. Hemos
dejado que una serie partidos que no representan los intereses de las mayorías
monopolicen la organización política.
Confiar el cambio de rumbo que México necesita sólo a la vía
electoral sería una gran equivocación. Idealizar a la vía electoral como la
única e incuestionable ruta para la transformación del país es precisamente el
error que el sistema vigente quiere que cometamos. El sistema de democracia
burguesa que hoy gobierna busca que la masa de votantes estén amarrados
eternamente a la esperanza de que a la próxima sí se va a respetar el voto, que
a la próxima los partidos sí nos van a cumplir, qué a la próxima sí se va a
poder cambiar de rumbo, pero nada cambia. Y así ad infínitum. Una simulación
democrática perpetua. Por ello hace falta una segunda vía, una alternativa al
camino electoral.
Hoy el país requiere de la conformación de un gran
movimiento nacional que realmente represente las causas populares y que
transite por fuera del sistema electoral institucionalizado. Se requiere la
unión de todas las causas y sectores a los que el Estado mexicano ha dado la
espalda, los pobres, los desempleados, los campesinos, los obreros, los estafados
por las instituciones bancarias, los jóvenes a los que se les está arrebatando
el futuro con reformas antipopulares, los deudos de este vendaval de violencia,
Aguas Blancas, Acteal, la Guardería ABC, Atenco, Ayotiznapa, entre muchos otros.
No es sencillo, se requiere de un esfuerzo épico, de una
coordinación masiva y una voluntad inquebrantable, pero no quedan más opciones.
Las diversas causas unidas en un solo movimiento pueden crear estrategias extra
electorales, como movilizaciones multitudinarias, huelgas, paros colectivos y
otros mecanismos para impactar al núcleo del sistema: la producción, el
capital. El poder de la gente está en su fuerza de trabajo.
Información, organización, acción. Esa es la ruta crítica.
Si el primer paso es la información, hay crear conciencia, hace falta hablar de
ello, de la suma de las causas, de romper el paradigma electoral, de entender
la necesidad de construir un amplio bloque social por fuera de las
instituciones electorales y partidistas reconocidas por el sistema oficial. No
será fácil y el camino es largo y sinuoso, pero por algo hay que empezar y por
la información se empieza.
La suma de las todas las causas. Ahí están las injusticias,
hay que unir todas las rabias, hay que unir todas las inconformidades, hay que
compartirlas y hay que hacer de ellas un movimiento de magnitud nacional que
sea capaz de hacer que el sistema dominante se arrodille.
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